LA TRASHUMANCIA: EL RITO MILENARIO DEL MOVIMIENTO DE LOS REBAÑOS Y LAS VACADAS.

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Vacas-de-Raza-Asturiana-de-Los-Valles-en-Braña-de-La-Mesa-Somiedo-junio-2007-1024x768La historia de la trashumancia en la cuenca del Mediterráneo es un rito que se repite cada año desde hace siglos y siempre a partir del solsticio de verano (24 de junio, día de San Juan) en adelante.

Es una historia antigua, densa en acontecimientos, en contrastes incluso violentos, rica en tradiciones y culturas que se entrecruzan. Sin embargo, es una historia que, hasta hace poco, tenía el aroma triste del fin.

Son muchas las manifestaciones que dan inicio a la trashumancia. Cada lugar tiene las suyas propias que en la mayoría de los casos vienen heredadas directamente de la Edad Media.

A partir de principios del siglo XII  se tiene noticia de leyes que regulaban esta práctica mediante la cual los pastores desplazan el ganado a la búsqueda de pastos mejores en lugar de organizar la producción de forrajes. De los documentos históricos se intuye incluso como en el siglo XV fuese una de las mayores capitulos de entradas en reinos como el de España, en virtud de las tasas de explotación de los pastos que fueron introducidas. Hoy en día desde los satélites podemos todavía leer imágenes e imaginar cañadas completas o lo que de ellas queda: esas inmensas vías verdes, auténticos “silenciosos ríos de hierba” que se utilizaban como caminos para desplazar los rebaños, las piaras y las manadas de una zona a otra.

Es una historia antigua, densa en acontecimientos, en contrastes incluso violentos, rica en tradiciones y culturas que se entrecruzan. Sin embargo, es una historia que, hasta hace poco, tenía el aroma triste del fin.

Son muchas las manifestaciones que dan inicio a la trashumancia. Cada lugar tiene las suyas propias que en la mayoría de los casos vienen heredadas directamente de la Edad Media.

A partir de principios del siglo XII  se tiene noticia de leyes que regulaban esta práctica mediante la cual los pastores desplazan el ganado a la búsqueda de pastos mejores en lugar de organizar la producción de forrajes. De los documentos históricos se intuye incluso como en el siglo XV fuese una de las mayores capitulos de entradas en reinos como el de España, en virtud de las tasas de explotación de los pastos que fueron introducidas. Hoy en día desde los satélites podemos todavía leer imágenes e imaginar cañadas completas o lo que de ellas queda: esas inmensas vías verdes, auténticos “silenciosos ríos de hierba” que se utilizaban como caminos para desplazar los rebaños, las piaras y las manadas de una zona a otra.

El ocaso

Los pastos de montaña sufren y menguan desde cuando los agricultores han empezado a reclamar más tierra para producir más alimentos cultivados y los pastores se iban trasformando en campesinos. Más tarde llegó  la agricultura industrial que ocupa e interrumpe cañadas y cordeles, impiden la movilidad del ganado, recorta y devasta los territorios y desplaza los recursos hacia los cultivos masivos y extensivos de las llanuras.

Es un poco como la historia bíblica y milenaria de Caín y Abel, del campesino y del pastor, hermanos en lucha. La figura del pastor ha perdido atractivo y ”terreno” a favor de su hermano, menos individualista y más sedentario (estante). Y así hemos llegado a estos últimos 20 años en los que parecía que la práctica de la trashumancia se estaba acercando ya definitivamente a su extinción.

La posible recuperación

Sin embargo, empiezan a verse señales en el mundo, donde todavía habitan unos 250 millones de personas nómadas y trashumantes, de que estas practicas perfectamente adaptadas desde hace siglos al aprovechamiento de los productos naturales sin degradarlos, capaces de conservar culturas milenarias, razas ganaderas autóctonas, ecosistemas singulares y una incalculable diversidad biológica, pueden estar en una todavía tímida pero esperanzadora recuperación.

¿Será posible una “segunda vida” para una tradición que, además de otorgarnos carnes y quesos más buenos, es un servicio ecológico fundamental para la colectividad, a la vez que respeta el bienestar animal?

Damos por descontado que unos animales, mamíferos como nosotros, prefieran moverse, elegir por sí solos que comer entre las cientos de especies y variedades vegetales que constituyen un pasto de altura: seguramente viven mejor así que en un establo inmovilizados y cebados a discreción por su patrón. Sin embargo, el aspecto importante para la colectividad es que la trashumancia con su ocupación de los pastos es un fantástico instrumento de control para la biodiversidad vegetal, la limpieza de la maleza que alimenta, además, los cada vez más frecuentes incendios veraniegos.

Con la trashumancia se contribuye a que vivan zonas que sino quedarían abandonadas y vacías. Múltiples estudios austriacos, italianos, franceses y españoles demuestran, por ejemplo, que los pastos de altura  o de las zonas más norteñas de rebaños o vacadas contribuyen en modo determinante en la conservación de la flora, que de otra manera sería drásticamente reducida por la imparable ocupación de cada palmo de tierra por parte de las pocas pero agresivas variedades infestadoras que quitan el espacio vital a las demás plantas.

No obstante, no se puede olvidar que la vida del pastor trashumante es bien complicada.

Cientos de kilómetros de soledad, a la intemperie, cruzando carreteras que interrumpen de forma abusiva cañada y carriles, tierras ilegalmente valladas, las ventas trasformadas en restaurantes o gasolineras, problemas para encontrar estructuras de abrigo ydescansaderos para pernoctar (edificios que antes existían y ahora están en ruina o privatizados, mientras debería ser obligación de las administraciones publicas locales mantenerlos en condiciones) y abrevaderos desaparecidos.

Además la vida del pastor es dura de por sí, es una elección muy comprometida y vocacional. Todo en la sociedad actual parece luchar para acabar con uno de los últimos vestigios de un mundo rural libreque una lógica perversa y suicida pretende olvidar y borrar como símbolo de lo arcaico. Sin embargo a pesar de la ideología dominante existen y van aumentando, lentamente, pero aumentando, los jóvenes y los menos jóvenes que retoman el pastoreo con pasión.

Su trabajo nos obliga a pensar sobre el sentido de bienes públicos, sobre el impacto de recubrir todo de hormigón y asfalto, sobre lo que nos endosa la industria alimentaria (que, por supuesto, no puede dejar de evocar pastos y manadas cuando se trata de utilizar la publicidad), sobre la insostenible ideología del consumismo y sobre la importancia de la biodiversidad.

A veces, encontrándonos con un rebaño en los Pirineos o en el País Vasco, con una vacada en la Sierra de Gredos, en un valle pasiego o en la dehesa de  Extremadura o Andalucía, fantaseamos que todavía somos participes de un mundo milenario y más armonioso; a veces saboreando un queso de leche cruda, un queso de verdad de calidad, uno de esos quesos que devuelven al paladar toda las riquezas de la flora, todas sus esencias más perfumadas, nos parece volver a ver como en un sueño los paisajes y territorios en los que han sido creados. Pero no basta con evocar: tienen que trasformarse en un símbolo de un reencontrado respeto y de una tutela de la figura del pastor, del vaquero y del productor artesano de queso que desarrollan hoy día una función casi heroica en su intento de salvar nuestras dehesas y nuestras montañas, además de todo lo bello y lo bueno que saben entregarnos.

 

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